miércoles, 28 de febrero de 2007

“POESÍA COLOMBIANA – NUEVAS VOCES DE FIN DE SIGLO"

PRESENTACIÓN DE
“POESÍA COLOMBIANA – NUEVAS VOCES DE FIN DE SIGLO”

CALI, 3 DE MARZO DE 1999
Rodrigo Escobar Holguín
Introducción

Ante todo, agradezco a Epsilon Editores la honrosa designación que me ha hecho para presentar su antología Poesía Colombiana - Nuevas voces de fin de siglo, y a la Fundación de Poetas del Valle del Cauca y el Banco de la República, el brindar el espacio y el apoyo institucional que hoy nos permiten encontrarnos aquí, celebrando tal evento.

Iniciaré con unas reflexiones sobre la poesía y sobre el acto de publicar, para luego referirme a la antología y a los poetas presentes esta noche.

1. Sobre la poesía

A través del tiempo los seres humanos vivimos la experiencia del lenguaje entre dos polos, lo banal y lo inefable, lo comunicable y lo auténtico. Hay una lucha implícita entre el propósito de comunicación corriente y cotidiano, para el que la banalidad es un instrumento, y el propósito de comunicar con intensidad lo auténtico, que es la labor poética.

La comunicación cotidiana no requiere de todos los recursos del lenguaje: le bastan unos pocos. Al permanecer en ella, quien habla va habituándose a usar el lenguaje de modo impreciso, pobre, y lo va degradando.

La comunicación poética, en su intento de expresar lo inefable en toda su intensidad, tiene que utilizar el lenguaje en todo su potencial, aprovechando todos sus atributos. Sentido, sonido, duración, ritmo, color. Cuando ella llega a ocurrir, enaltece el lenguaje, dándole fuerza y cargándolo de sentido.

Incluso, en esta búsqueda de recursos para el quehacer poético, quienes tienen la posibilidad de conocer otros idiomas pueden a veces intentar introducir en su obra formas y posibilidades de esas lenguas ajenas. En tiempos de Cervantes, Garcilaso introdujo con éxito al español ritmos italianos. Góngora, mediante su poesía, enriqueció la lengua con palabras latinas y griegas.
La comunicación poética no es privilegio de ningún grupo humano. Puede surgir en cualquier boca, en cualquier pluma, en cualquier oficio. Sin embargo hay quienes, en la medida en que la necesidad se los permite, se dedican a ejercerla como la disciplina de su vida. Son los poetas.

A ellos, la sociedad debe la calidad del lenguaje que utiliza, y la renovación en los modos de percibirse a sí misma y al mundo, dones vitales para su bienestar. Pues lo que permanece, lo fundan los poetas[1]. Pero esto no acostumbra reconocerlo, quizá porque el acceso a la palabra lo tienen todos, y le es difícil identificar, inicialmente, a quienes pueden llegar a ser poetas. Por ello, el ejercicio de la poesía suele ser algo marginal. Ejemplos: un preceptor de hijos de banqueros en Alemania, Hölderlin; un burócrata del ministerio de Regadío en Egipto, Kavafis; un profesor de francés en los pueblos de España, Antonio Machado.

A veces, aparentemente, un poeta logra ejercer una vida plena de poesía, pero en realidad debe pagar tributo – en forma de versos – a la persona o grupo social del que depende su subsistencia, y los lectores tendrán que discriminar, en la obra, el homenaje literario y la poesía de veras. Solo en los casos más afortunados ese tributo se limita a la dedicatoria: pienso, en forma sucesiva, en Neruda y en Rilke.

Hay otro camino más duro, el de los ascetas que deciden entregarse por completo a la marginalidad. Son estoicos que creen necesitar poco y no dan importancia a vivir según la convención. Escasos los que tienen el coraje de hacer esto. François Villon, Porfirio Barba Jacob, Raúl Gómez Jattín han seguido esta vía.

Salvo estos que son como nuestros santos, los poetas sólo durante algunos momentos de su vida son poetas. El resto del tiempo tienen que vivir en la banalidad cotidiana, y ser banales para poder seguir viviendo.

Cuando llega el momento de producir un poema, en cada poeta se da, por ello, una lucha feroz entre la banalidad que ofrece las palabras de uso diario con la tentación de comunicarse, y lo auténtico que busca encontrar su propio lenguaje.

El equilibrio entre comunicación y autenticidad no es fácil; a veces el poeta, inclinándose del lado de la autenticidad, escoge deliberadamente no ser comprendido ahora, y hablar para el público del futuro.

A través de la historia, los poetas van descubriendo las posibilidades de la lengua que comparten, encontrando formas que parecen adecuadas a ella y construyendo una tradición literaria.
Pero por este camino a veces la poesía se carga con tantas convenciones peculiares que llega a formar un lenguaje propio, alejado del común, y entonces se enajena de la posibilidad de comunicación.
Entonces se requiere que los poetas devuelvan al lenguaje corriente su dignidad original de materia prima de la poesía.
Hay que saber, sin embargo, que no basta poner juntas unas cuantas palabras cotidianas, hermosas y fáciles para escribir un poema: eso sería el triunfo de la banalidad.

Por eso, el poeta tiene que profundizar, ahondar en su propio mundo, hasta encontrar que las palabras hermosas y banales no son suficientes para decir lo que ha hallado en su búsqueda interior.

La poesía, en tanto que disciplina, necesita ejercicio, y a veces los poetas se entregan a lo que parecerían ser simples juegos de lenguaje o malabares de un verbo intrascendente. Pero en realidad, al hacerlo están celebrando rituales de preparación, que los harán dignos de escribir el poema cierto, cuando la vida los lleve, de modo ineluctable, a dejarlo escrito.

2. Sobre el acto de publicar

Si la poesía es comunicación intensa de lo auténtico, entonces no puede quedarse entre los papeles guardados del poeta: debe hacerse pública. Esto no conviene que ocurra desde los primeros intentos de escritura, porque se necesita una maduración. Un momento llega, al cabo del período formativo inicial del poeta – y del poema -, cuando comprende que la obra merece ser dada al público.

Para llegar a este punto, el poema debe haber sido ya escrito. La producción de un texto poético y su puesta en circulación son dos momentos diferentes, y el poeta entonces puede decidir qué desempeño va a tener en esta segunda empresa, la de publicar.

Cada momento requiere medios diferentes. Los medios materiales requeridos en el momento de creación de un poema están al alcance de cualquiera. El ámbito de la escritura es amplio y para todos hay espacio. Los poetas están liberados de la competencia por la oportunidad de acceder a los medios materiales de creación en su arte, lo que no ocurre, por ejemplo, con la arquitectura.

En cambio, la publicación requiere medios materiales considerables por comparación a la escritura. Es en el ámbito de la publicación donde las oportunidades escasean y aparece la competencia por el uso de los medios.

Cada uno se plantea en este asunto según su carácter. Hay quienes mueren sin preocuparse de otra cosa que de escribir, como Gerard Manley Hopkins y Emily Dickinson; hay quienes resuelven publicar sus poemas a su costa, ya sea en libro, como Walt Whitman, o en hojas sueltas, como Kavafis. Y los que esperan la publicación a través del éxito en un concurso. Están quienes envían sus poemas a revistas y periódicos. Y quienes dan recitales. Naturalmente, algunas de estas cosas se pueden combinar.

3. Sobre esta Antología y sus poetas

Con tal variedad de estrategias, hay campo para la experimentación, y esta antología es un experimento, ya que se pone a prueba por primera vez en nuestro medio una modalidad de invitación, selección y cuota de participante, que ha dado resultado en otras partes. Involucra un editor - en este caso, Epsilon editores -, un antologista, como Juan Revelo Revelo, y unos poetas; hoy tendremos una muestra de ellos.

Desde el punto de vista de los poetas vallecaucanos – del que puedo hablar -, fue un experimento aventurado. No teníamos aquí, en nuestro aislamiento, antecedentes de la editorial. Tampoco conocíamos al antologista. No sabíamos entre qué trabajos iban a aparecer nuestros poemas. Y la novedad de la propuesta suscitaba inquietudes. Hubo voces de gran calidad que no se atrevieron a aceptar la invitación, y decidieron más bien, en esta ocasión, seguir inéditas. Pero hubo quienes resolvimos probar fortuna.

Al aparecer la publicación, el experimento se confirma exitoso, y la aceptación del riesgo, más que justificada. Como objeto físico, el libro es de presentación hermosa y digna. El contenido, sin duda, cumple lo que el título promete: muchos poemas de gran calidad, provenientes de nuevas voces.

Los datos biográficos publicados nos dan un panorama de algunas de las características de estos poetas. Examinemos aquí algo de su modo de vida y su procedencia.

Por la muestra que declara una profesión, gran parte vive de la docencia. De cada diez poetas nuevos, casi cuatro son profesores. La mayoría, obviamente, de letras. Pero también hay profesores de lenguas, de matemáticas, de derecho, de ciencias, de artes.

Después de los 44 profesores de letras, las dos profesiones siguientes son la comunicación o periodismo, con 18 poetas /comunicadores-periodistas, y el derecho, con 16 poetas/ abogados.

Algo que distingue claramente al Valle es su monopolio casi absoluto de los poetas/arquitectos. De los cuatro que aparecen en la antología, tres - dos mujeres y un hombre - viven en este departamento.

Hay cinco personas que dicen vivir de tertulias y talleres literarios, programas radiales y actividades cívicas ocasionales. Deben ser vidas estoicas, entregadas a la literatura. Podemos distinguirlos llamándolos poetas/poetas.

Entre los modos de vida minoritarios, hay una diversidad apta para romper el más pertinaz de los estereotipos. Encontramos poetas gerentes, modistas, promotores de ventas, psicólogos, ingenieros mecánicos, industriales y de sistemas, publicistas, odontólogos, promotores comunitarios, médicos, contadores, comerciantes, bacteriólogos....la lista no es interminable, pero casi.

Y también hay, para beneficio de las ideas preconcebidas, una traductora y dos bibliotecarios: ya iba haciendo falta el recuerdo de Borges.

Son 88 hombres y 72 mujeres, de veinticuatro departamentos del país. Hay regiones ausentes, como la Guajira. De la Orinoquia está presente el Meta, y de la Amazonia, el Putumayo.

En números absolutos, el Valle del Cauca es el departamento con más voces – 21. Siguen Bogotá, con 17; Antioquia, con 15; Nariño, con 13; Bolívar, con 11. Al otro extremo figuran San Andrés, Putumayo, Choco y Meta, con un poeta cada uno.

Pero los vallecaucanos no debemos envanecernos. Si tomamos en cuenta la población en cada departamento, el panorama se altera. En la antología, el lugar con más densidad de participantes con relación al número de habitantes es San Andrés, donde, para cincuenta mil personas, aparece un poeta. Si esa proporción se hubiera mantenido en toda Colombia, esta antología sería más del doble de gruesa.

Para decirlo de otra manera: si mantuviéramos la proporción entre poetas de la antología y población en cada departamento, pero asumiéramos que en cada departamento hay un millón de habitantes, entonces el departamento con más poetas nuevos pasa a ser San Andrés, con 20 nuevos poetas por millón, seguido de Quindío, con 16. A cierta distancia sigue un grupo de departamentos que tienen entre 11 y 7 nuevas voces por millón: Nariño, Tolima. Huila, Caldas, Sucre, Bolívar.

Solo entonces aparece el Valle, junto al Cauca, con algo más de seis nuevos poetas por millón de habitantes.

Parece, pues, que en Colombia lo mejor sería, para un poeta nuevo, vivir en el Quindío y pasar vacaciones en San Andrés y Providencia. Lo confirma el que de los cinco poetas/poetas, tres viven en el Quindío. Quienes amamos el Valle del Cauca y la poesía tendremos que ir allí para tratar de aprender cómo se ha logrado esa cultura tan propicia a la palabra.

Los poemas que oiremos esta noche son una muestra de la calidad del contenido de la antología. A través de los poetas del Valle del Cauca, nos podremos imaginar la variedad de quienes cultivan la poesía en nuestra patria.

Cecilia Balcázar ha dedicado su vida al lenguaje. Y sin embargo, ella ha conocido el límite de lo inefable, pues la vida la ha puesto en ese borde. Y de allí ha vuelto, y lo ha dejado escrito en sus poemas.

Fernando Calero de la Pava es un sobreviviente. Muchos de los que conoció han muerto; él, por razones que no alcanza a vislumbrar, sigue viviendo, y sus poemas son un testimonio de amor a esa dádiva incomprensible. Para ello, usa un lenguaje breve, elemental, como un engarce sobrio donde cada palabra deslumbra por su fuerza.

Adela Guerrero ha cultivado desde la adolescencia su vocación por la palabra. Una sensibilidad serena y un lenguaje desnudo y concreto son la raíz y el instrumento de una obra donde expresa un amor profundo, que trasciende más allá de su objeto.

La poesía de Humberto Jarrín es de descubrimiento de los seres que yacen ahí, en la realidad escondida tras los tópicos y los esquemas previos que usamos para protegernos de sus duras aristas. Él no la teme, y nos la muestra en un lenguaje hondo y revelador.

Elvira Alejandra Quintero es dueña de una forma libérrima – la frase en largos versículos, entre el límite de la prosa y el verso, con espacios silenciosos en los que brilla el aura y el aroma de las palabras, es capaz de expresar el sentido oculto tras las experiencias y los nombres de cada día.

Por último, sólo me queda agradecer al antologista el trabajo que ha concebido y realizado. Es un trabajo ímprobo y paciente, que no puede llevarse a cabo sino bajo el signo de un hondo amor y una gran curiosidad por la poesía. Es una labor que lleva implícita su recompensa, en la riqueza de la cosecha. Gracias, Juan Revelo Revelo.
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[1] De un poema de Friedrich Hölderlin.
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Actualizó: NTC … Feb. 28, 2.007